En Romanos 12:1, Pablo dice, «Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional».
La exhortación de Pablo a los creyentes en Roma fue de sacrificarse a Dios, no como un sacrificio en el altar, como la ley mosaica cuando exigía el sacrificio de animales, sino como un sacrificio vivo.