Dios, al enviar a Jesús, no envió a uno de sus muchos hijos. No, Él dio todo lo que tenía: su único Hijo.
Esta es la magnitud de Su generosidad: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16).